“Luís de Torres traduce al hebreo las preguntas de Cristóbal Colón:
—¿Conocéis vosotros el Reino del Gran Kahn? ¿De dónde viene el oro que lleváis colgado de las narices y las orejas?
Los hombres desnudos lo miran, boquiabiertos, y el intérprete prueba suerte con el idioma caldeo, que algo conoce:
—¿Oro? ¿Templos? ¿Palacios? ¿Rey de reyes? ¿Oro?
Y luego intenta la lengua arábiga, lo poco que sabe:
—¿Japón? ¿China? ¿Oro?
El intérprete se disculpa ante Colón en la lengua de Castilla. Colón maldice en genovés, y arroja al suelo sus cartas credenciales, escritas en latín y dirigidas al Gran Kahn. Los hombres desnudos asisten a la cólera del forastero de pelo rojo y piel cruda, que viste capa de terciopelo y ropas de mucho lucimiento.
Pronto se correrá la voz por las islas:
—¡Vengan a ver a los hombres que llegaron del cielo! ¡Tráiganles de comer y de beber!”
(Eduardo Galeano, Memoria del Fuego 1, Los Nacimientos, Ed. Siglo XXI (Capítulo 1492, Guanahaní, Colón)
¿Qué puede salir de un encuentro concebido por la ambición? ¿Riqueza? ¿pobreza? ¿Y si lo generan el amor y la curiosidad? ¿Pobreza? ¿riqueza?
Imagino un descubrimiento mutuo entre hombres, uno frente al otro, comunidad frente a comunidad, cosmología frente a cosmología, dejando que la humildad y un respetuoso asombro expandan unas mentes que nunca más podrán (diría Einstein) volver a su tamaño original. Fantaseo con los hombres que pisan tierra nueva y abren el corazón a sus olores, sus sabores, sus perspectivas, sus dioses, sus imperfecciones, sus grandezas, sus extrañas palabras, que vibran en los pechos con la sorpresa de lo nuevo y la alegría de la bienvenida. Encuentro prodigioso, en el que las máscaras producen asombro por el brillo de la cultura (no por el peso del oro).
Muchos hemos delirado con este momento histórico: 12 de Octubre de 1492, la fecha del Recibimiento. No podemos cambiar el pasado, mejor es mirarse al espejo mientras aceptamos nuestra historia, dejando todas las utopías para el momento presente. Siempre lo tuvimos y ahora también: la humildad frente al orgullo, el respeto frente a la ignorancia, la igualdad frente a la dominación, la confianza frente a los prejuicios y las expectativas, el gozo de vivir frente a la ambición, la libertad frente a la fuerza, el amor frente al miedo. Siempre fue del ser humano, y aún lo es, la elección.
Yo elijo confiar en la oportunidad del aprendizaje. Por suerte, tenemos muchos encuentros por delante.